¿Es posible que la sobreabundancia de información, tantas veces imposible de procesar por parte del humano medio, haya provocado un sinnúmero de síndromes asociados a nuevas creencias faltas de fundamento? Que nos da por creer a pies juntillas en lo más peregrino es un hecho bastante comprobable en la historia de la Humanidad, como si la falta de inteligencia la supliéramos a base de creencia: ya que no lo puedo entender ni razonar, me lo creo, que es más sencillo, aunque muchos lo escondan detrás de alambicados o peregrinos subterfugios para dar a entender que no somos tan simplones y debemos valer mucho más para los demás de lo que nos valoramos a nosotros mismos. Y así, desde las creencias referidas a la alimentación –los gurúes masterchéficos y otras muchachitas del estilo que hacen su agosto hablando de las bondades del zumo detoxificante a base de unas increíbles hierbas que no sé dónde han medioleído que lo son–, a las referidas a los animales de compañía a los que atribuyen, no ya raciocinio por encima del humano, que es un cafre que ha desvirtuado su ser natural, sino virtudes y propiedades sanadoras y chamánicas (aunque, por supuesto, de los animales salvajes y peligrosos ni mención), los distintos medios que hoy son accesibles a todo tipo que los quiera o pueda usar, recogen indiscriminadamente el eco de toda esta fanfarria chillona y desequilibrada, incluso ha llegado ya esta moda dernortada a los periódicos digitales, que han dejado de ser un medio de información relativamente veraz para convertirse en una acumulación de sinsentidos bastante irracional. Cosas de los tiempos. Ya lo escribía Cicerón hace bastantes siglos: o tempora, o mores!
Sobreabundancia de información
