La libertad humana no es absoluta sino que está condicionada. No decidimos siempre libremente porque las distintas influencias y presiones a que nos vemos sometidos no nos posibilitan para decidir siempre lo mejor y más conveniente. Aceptar eso constituye una de las etapas fundamentales para la madurez. Sabemos hoy que el cerebro condiciona para que la mente piense de modo inconsciente de determinado modo; constituye lo que se denominan sesgos de pensamiento. Por eso no soy partidario ni de la propaganda ni de la publicidad. Ambas han aprendido que se puede aprovechar estos condicionamientos de la mente humana para seducir y engañar, de modo que las masas sigan a un determinado líder o partido o compren determinados productos o consuman determinadas ideas. Parece ser el sino de la masa humana, en la que se integran gran parte de sus componentes. Solo a unos pocos, y a base de mucho esfuerzo y trabajo personal, les es dado zafarse algo de estas cadenas sutiles y difícilmente detectables y es una tarea que les lleva toda su vida, en la que constantemente van rectificando el rumbo para no caer en las redes de esas lacras de la conducta humana. Esta es la razón por la que sociedades enteras soportan y permiten sistemas de gobierno enredados en corrupción e injusticias sin hacer gran cosa para remediarlo; aun más, hasta se consideran afortunados de tenerlos al mando. La mente humana se engaña de un modo tan sofisticado como inconsciente y, de hacérselo notar, lo negarían con tal de no reconocerse fallidos, o bien serían incapaces del todo de darse cuenta.
La libertad condicionada
