A las claras está el daño que los regímenes totalitarios han hecho al mundo y, aun así, seguimos teniendo hoy en día que soportar a camuflados defensores de los mismos en los gobiernos de diferentes naciones, como es el caso de España, donde defensores de la utopía comunista se alinean con un presidente que, único caso en la historia reciente española, jamás ha salido elegido en las urnas, en ninguna de las elecciones a las que se ha presentado. Da qué pensar sobre el sistema electoral español y sobre la base y sustento de su mismo sistema democrático, al que, de tan reciente, ya le hace falta un buen repaso. Ya lo decía Isaiah Berlin al final de su reflexión personal acerca del sentido de su pensamiento: «El universo perfecto no sólo no es alcanzable, sino inconcebible, y todo aquello que se haga para producirlo está fundado en una enorme falacia intelectual». Pues anda, a seguir dale que te pego a la entelequia para así continuar con el chiringuito del que tan a gusto se vive. Esa es la ruina moral de un país que no vive más que para la apariencia y la verdadera realidad le importa más bien poco, bien sea por ignorancia, bien por incapacidad, o bien por enconada persistencia en el error asumido. Lo cierto es que esa es la trayectoria de al menos los dos últimos siglos de deshistoria española. Y lamento comprobar que no tiene solución.
El daño de las utopías
