Estamos tan acostumbrados a ver y leer todo tipo de información hoy en día y desde hace décadas. Tan acostumbrados que ni reparamos, por lo general, en que muchímas de ellas son, cuanto menos, cuestionables, cuando no directamente falsas, sin ningún apoyo real. Pero es que lo real mismo ha entrado en franco descredito y decadencia desde que se ha ido imponiendo la ley de lo efímero y lo banal, la ley de la imagen sin sustancia ni fundamento, la imagen por la imagen. Lo cual está muy bien si lo consideramos en el terreno de la estética o del arte, pero menos si hacemos de ello la esencia de nuestra existencia. Muchos jóvenes hoy me atrevo a afirmar que SÓLO viven merced a la imagen, a la que dan el pleno control de sus vidas. Dependientes de ella, otorgan el poder sobre sus mentes (y con ellas de sus vidas) a la opinión que de su proyección visual tengan los supuestos «otros», generalmente unos enmascarados neuróticos tal como ellos mismos, parapetados detrás del imaginario virtual de una pantalla de ordenador o de teléfono móvil o de tableta digital. La cuestión es: ¿qué grado de conexión con la realidad puede establecer una persona cuya única y casi exclusiva relación con dicha realidad es tan fantasiosa como la realidad virtual? Se da el caso de personas que ya ni salen de su habitación, en un grado extremo de dependencia de la vida virtual en las redes sociales a través de un medio digital. Lo vemos exagerado quizá porque creemos que no nos afecta. Pero, ¿qué diferencia a estos casos extremos de alguien –nosotros mismos tal vez– que continuamente está consultando el teléfono móvil para ver quién le ha escrito, qué nuevo insulso vídeo le han mandado, qué absurda e insustancial noticia se cotillea por la red? ¿Hay algo de real en ello salvo la propia realidad de la pérdida de tiempo que supone, del estorbo que crea en nuestra dedicación a la tarea que realizamos, del escapismo que logra en nuestra mente? Además supone una adicción importante, similar a la de las famosas novelas de caballerías. ¿Nos suena? Quizá a muchos no, dado el bajo nivel educativo imperante desde hace tiempo. Los libros de caballerías, como su nombre nos puede dar a entender, eran novelas que circulaban en los siglos XVI y XVII, que trataban sobre la vida y los hechos de un héroe caballeresco y cuya finalidad era entretener (aunque no sólo). En sí mismo, esto es bastante loable, el entretenimiento, digo, a la par que necesario. El problema viene cuando le damos carta de realidad y nos sumergimos en ella. En aquel tiempo tan solo quienes sabían leer podían acceder a ello, pero hoy en día, los «leídos» son mayoría y además cualquiera puede ver, fijarse en una imagen, sea o no en movimiento. Este es el verdadero problema. Porque la imagen engancha ya que no nos exige casi poner atención. Es subliminal. La ley del mínimo esfuerzo. Y poco a poco crea en cerebro disminuido y dependiente, lo que en términos de evolución humana posiblemente desembocará en una futura subespecie de humanos demidiados, útiles no se sabe muy bien para qué, aunque seguro que las élites controladoras del mercado les encontrarán acomodo.
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