No tengo donde caerme muerto, pero visto ropa de marca porque me da seguridad. Cuando salgo, cuando viajo, vestir prendas y accesorios de conocido prestigio me da una tremenda seguridad momentánea, al menos si no reparo en que de poco sirve ante un imprevisto que requiera de usar mi potencia crematística o mi tarjeta de crédito. En la sociedad que vivimos hoy, la importancia de la apariencia parece tener la absoluta primacía. Da igual lo que en realidad sepas, lo que atesores en tu interior o quien seas realmente. Lo verdaderamente importante es lo que muestras, como te presentas, como te cubres, que aspecto das. Como me dice un amigo, «that’s really crazy, man». Además, la proliferación de conocidos outlets, que son como grandes almacenes para estas prendas de esas conocidas marcas, donde se pueden comprar por un sexto de su precio, que no valor, y las así denominadas tiendas de internet, donde tres cuartos de lo mismo, hacen que dar el pego y alimentar el ego sea bastante fácil y muy resultón. No importa que estén pasadas de moda, porque en el fondo, no vas a asistirá ningún evento importante en tu puñetera vida ni nada que se le parezca, con lo que el mal rato de tener que aguantar que alguien pueda descubrir que tus pantalones son de hace dos temporadas o la camisa no es la última que sacó «blablablá», queda bastante atemperado. Pero la gran seguridad que te imprime esa camisa estupenda que valía tropecientos euro o un cinturón de pura piel de «Pupuchi» conseguido en tremenda ganga no tiene precio.
Después de todo, que me quiten lo bailao en el saloncito de mi sufrida autoestima.
