Hay un problema acuciante con las nuevas hordas de dictadores sociales, esos que te consideran «incívico» si no sigues sus normas y dictados. —¿Incívico?. ¿Perdona! ¿Tú, que aparentemente te precias de liberal, moderna, progresista, mente abierta y «nosecuantascosasmás» tienes la desfachatez de juzgar, criticar, etiquetar y criminalizar a otro por no seguir tus modas, ideas u opiniones? Me parece que el cambio no se da a base de imposiciones; de ser así ¿qué nos diferencia de los revolucionarios del pasado, con toda su carga de muertes y crímenes que nadie desea sufrir en sus carnes?
El sentido común se ha perdido, en gran medida, desgraciadamente. Lo hemos substituido por una afición a la novedad y a la etiqueta malsana, por la rigidez del pensamiento exclusivo, ese que te dice que lo nuestro es lo bueno y lo de los demás no. En sí es muy antiguo. Es lo que ha llevado a las guerras, las deportaciones, las segregaciones, el colonialismo, las opresiones de todo tipo, del más fuerte contra el más débil. Hay quien afirmará que eso es lo propio de la naturaleza humana. Y no le quito la razón. Si no nos dejamos moderar por lo propio de lo que nos hace humanos, es decir, el razonamiento discursivo y la capacidad para el bien y lo bello, junto con la compasión, la lucha por la supervivencia deja paso a la lucha del más fuerte para imponer sus dictados porque sí, porque puede. Y hoy en día no va a ser diferente. La lucha constante de las grandes multinacionales para conseguir más ventas no responde a otro motivo, aunque algunos aducirán que no matan a nadie. ¿Seguro? ¿A nadie? ¿No esclavizan para conseguir abaratar costes de producción? Eso que sepamos, porque lo que harán en las sombras, cualquiera lo sabe. Las distinciones que establecemos de clases, familias de bien y familias con las que no se puede tener trato, grupos sociales excluidos por sospechosos de «vayaustedasaberqué», la crítica como norma común de actuación, programas televisivos totalmente construidos sobre el precepto de la división y la exasperación, del miedo y de la culpa, de criminalizar hasta la más leve actuación, pública o privada; otros basados en la excitación morbosa de deseos e impulsos tan básicos que dan risa (pero funcionan, son efectivos para lograr animalizar y suspender el ejercicio del razonamiento superior), a toda hora, a cada instante. Todo basado en la premisa de la libertad, de que cada uno ya es mayorcito para saber regirse, y si no, para eso están las leyes, que castigan al que se atreva a saltárselas. Ay, menudos contrasentidos. ¿Quién que desee lograr algo arduo y que exija esfuerzo, no se aplica a la tarea de lograrlo, apartando lo que le estorba para su fin? Pues hoy en día a muchos se les alimenta con lo contradictorio. No es de extrañar entonces que las neurosis haya ido en aumento y se hayan convertido en la norma habitual de conducta. junto con el consumo gigante de medicamentos para lograr tenerlas a raya. ¡Fuerte disparate! Herirte adrede para luego aplicarte pomada y una venda; y cuando comience a curar la herida, volverte a herir de nuevo. ¡Menudo goce dañino! Pero a muchos les sostiene, les da un motivo para vivir. El problema, creo yo, está siempre en las proporciones. Cantidades minúsculas de un virus hacen una vacuna. Si nos pasamos con la dosis, sufrimos la enfermedad y tal vez la muerte.