Los periódicos se han convertido hoy, en frase de George Steiner (Presencias reales), en una «presentación que genera una temporalidad de una instantaneidad igualadora. Todas las cosas tienen más o menos la misma importancia; todas son solo diarias». De ahí el nombre de muchos de ellos, diarios, que resulta más acorde con su naturaleza que el de periódico. Pero no responde a la naturaleza de las cosas, que no tienen todas la misma importancia, ni revisten todas de igual peso para la vida personal, de un lado, ni para la sociedad, de otro. Aún así, vemos que las ediciones digitales de estos diarios se llenan en igual profusión de noticias recién acaecidas, artículos de crítica, de opinión, de ciencia, consejos de belleza, de salud, de amor, de casi todo. Además de la jugosa parte dedicada a diseccionar las vidas ajenas con evidente mente enfermiza, porque se supone que está dirigida a un sector muy enfermo de la sociedad, que disfruta abierta o secretamente de las desgracias y peripecias de la gente cuyas vidas considera envidiables. Y todo ello con un tufillo demasiado sospechoso de pontificable, es decir, con pretensiones de infalibilidad. Porque hoy en día la opinión la han convertido en pontífice, que dicta desde su solio la verdad que han de creer a pies juntillas los súbditos de su iglesia, los creyentes, poseedores de la nueva fe que nos salvará en un futuro de luz y de todos los bienes reunidos gozados a perpetuidad en una orgía de bienestar. Y yo digo: se impone la resistencia. Al igual que siempre ha ocurrido ante las dictaduras de cualquier signo, patentes o subrepticias, debemos ejercer una sana resistencia personal para contrarrestar la fuerza de su marea de aguas muertas, o fecales, según se prefiera observar, o más bien, olfatear. Debemos ser muy serios, como nos aconsejaba Krisnamurti (La libertad interior).
