El cerrilismo, la superchería y la estupidez nunca han abandonado las lides de la sociedades humanas. No sé; tal vez se hallen impresas en nuestra naturaleza y de modo regular hacen su aparición. No parece que los avances en este campo sean tales que desmerezcan de otras épocas, al menos en lo que sabemos los que sabemos, pues la inmensa mayoría hoy solo cree que sabe, pero en realidad no sabe sino lo que algunos de los que saben quieren que crean que sepan. Y esto es muy notorio en el caso de ciertas corrientes, especialmente, aunque no solo, del denominado espectro político de la izquierda. Tal vez por su herencia soviética, los muchos años de totalitarismo deshumanizante, y su contrapartida norteamericana, cuya arrogancia y desfachatez aún coletea hoy. Lo cierto es que parece que disfrutan de una amplia panoplia de medios de comunicación, a través de los cuales la tarea de la desinformación, de la infección de las sociedades con ideas desviadas de la realidad, continúa impunemente. Aunque bien es verdad que la apertura que ha traído consigo la interred ha hecho su tarea más difícil, también lo es que ha propiciado todo tipo de ideas, por llamarlas así, disparatadas y peregrinas que cualquiera sabe por qué derroteros nos van a llevar. Y es que el diálogo es fructífero cuando hay voluntad de escucha y de llegar a acuerdos; no lo es, ni siquiera hay tal, cuando estas hacen mutis y se van por bambalinas. Y sin diálogo no hay convivencia posible, solo tolerancia, si es que se da, porque lo más normal es que lo que veamos sea una lucha de poder que poco beneficia a la mayoría de nosotros. Aunque, como escribió Wilde: Whenever a man does a thoroughly stupid thing, it is always from the noblest motives (Picture of Dorian Grey). Eso vale para la generalidad de los estúpidos, pero para los malvados, que existen, rige otra ley.
El cerrilismo, la superchería y la estupidez