Nos contamos cuentos. Básicamente somos narradores de historias que nos montamos en la cabeza. También nos ponemos en situación, imaginamos lo que puede ocurrir y tal vez no ocurra nunca. Es la estructura de nuestra mente, al parecer, y no podemos zafarnos de ella. Conviene saberlo para poder situarnos en este valle de lágrimas al que tanto contribuimos a mantener así. Los cuentos con final feliz nos agradan; producen una descarga de oxitocina, la hormona del bienestar, que nos hace felices. Los cuentos con tensión o desgracias nos ponen nerviosos, intranquilos, nos producen malestar (para los en extremo fisicistas, generan cortisol, la hormona del estrés). Hay que tener en cuenta que somos nosotros o nuestra cabecita pensante la que maneja todo esto y hemos de tomar distancia sobre ella para que no nos domine o controle totalmente, es decir, hay que saber distinguir y no hacernos dramas ni fantasías que distan bastante de la realidad, ni mucho menos dejarnos arrastrar por ellas. Ganaremos así control, dominio sobre nosotros y nuestras vidas y ganaremos en felicidad, la cual, todo sea dicho, es un estado que no es permanente y está bien que así sea. Y ganaremos en tranquilidad, estabilidad y autodominio, lo que nos dará la posibilidad de ser más serenos y ecuánimes, mejores seres sociales, que es nuestra naturaleza original.
