Vivir dando peso a las emociones es dejar el camino expedito a la angustia vital más acendrada. Las emociones son parte del ser humano, pero deben domeñarse por el ejercicio de la razón superior. De lo contrario estaríamos dejando que la parte animal del hombre lleve la pauta de su conducta y ser en el mundo con la consiguiente explosión de irracionalidad y violencia, de arrebato y angustia, de tormentas y desatinos como se ha podido constatar a lo largo de los siglos de Historia humana en las que la masa se ha visto manejada en sus emociones primarias por parte de hábiles instigadores, que la han conducido a los más atroces crímenes contra la misma Humanidad que tal vez voceaban defender. Ya sea exaltando las utopías, que son en su misma esencia irrealizables, ya sea distorsionando la realidad al darle peso a un solo aspecto de ella, lo que es sinónimo de falsedad, los distintos mercachifles de las emociones las han manejado habitualmente para lograr sus fines perversos, sean estos su autoexaltación morbosa o una torcida dedicación al bien común, aunque esta última tengo serias dudas de que se haya dado.