Yo, por una sana lógica personal, me aparto de todo lo que suene a modas impositivas del mercadeo tan actualmente moderno de nuestro sistema occidental (o mundial,
casi) de vida. Reconozco que hacerlo previsoriamente y de modo tan parcial no es lo que más me agrada, pero lo prefiero a caer en las garras de la sandez imperante en nuestras sociedades hoy en día. Lo bio, lo natural, lo adecuado, lo mejor, etc. no son más que estrategias de mercado para seducir a una parte de los consumidores (sí, que eso somos para el Mercado, no personas) que se escapó o quedó al margen, por un lado; por otro, para crear un nuevo tipo de consumismo que asegure la necesaria renovación y cambio, que lo que se repite mucho aburre y hoy en día el aburrimiento se combate denodadamente con todo tipo de armas de sugestión masiva.
Lo que toda la vida hicieron nuestras madres y abuelas, es decir, consumir productos frescos, del sitio, cercanos y de vez en cuando recurrir a algunas novedades venidas de fuera, en un festivo intento de modernizarse un poco, parece que se ha ido olvidando, quizá por la presión de una vida entregada al trabajo alienante en una gran superficie o en una fábrica deshumanizadora, que se retroalimenta a su vez con más alienación al terminar la jornada a base de consumo televisivo principalmente, o de ejercicio físico falsamente liberador, puesto que los objetivos que persigue son de índole escapista o narcisista (escapar de la rutina de una vida desangelada y estéril, de un matrimonio fracasado y falso, de un trabajo desquiciante y perturbador; en definitiva, del error no asumido por la prisa y la irreflexividad).
