Das Leben ist der Güter höchstes nicht Der Uebel grösstes aber ist die Schuld. (No es la Vida el más excelso de los bienes, mas de los males el mayor es la Culpa)
Estas palabras, que el coro declama en este drama de Schiller, que vio la luz en 1803, en Weimar, hacen recordar (tal sería su intención) al coro de la tragedia griega antigua, cuya función principal era advertir al público sobre los resultados nefastos o favorables de los actos humanos que en la dramatización de los protagonistas se podían observar. Y aunque la vida es el fundamento desde el que partimos para obrar, puesto que de no estar vivos no actuaríamos (al menos que sepamos), una vida carente de algunos medios y virtudes que la hacen aceptable para ser vivida, más valdría no comenzarla. Pero, como todo, incierto es el destino de los hombres y difícil saber su alcance y sus misterios. Como ya dijo el profeta, ¿quién, a base de cavilar, puede añadir un codo a su estatura? Que es como si hubiese dicho, ¿quién puede cambiar lo inevitable o aquello que no está en sus manos? Por mucho que los memos del malentendido pensamiento positivo digan, nadie. Nadie puede con la fuerza del Destino, que se desliza irrefrenable por el decurso de la existencia, aunque, no lo vamos a negar, con el concurso de las acciones individuales humanas. Y mientras tanto, nos empeñamos en banalidades y mentiras que nos contamos una y otra vez para acabar de deprimirnos porque constatamos que, por mucho que lo pensemos, nada nos cambia y seguimos casi igual que al principio, amarrados a la culpa de saber y constatar que debemos cuanto tenemos por mucho que nos engañemos. Si al menos pudiéramos reconocernos que tampoco pasa nada y que no hay por qué rendir cuentas a los demás por algo que no hemos hecho. Pero ahí seguimos amarrados a la culpa, que para los seguidores de algunos es hasta original. Menuda tarea el superar esa carga; así han tenido que inventar el borrado mágico del lavado regenerador en las aguas purificadoras. En fin, que para sobrevivir necesitamos de cuentos no es nada que se nos esconda. Pero la culpa no es un cuento, desde luego; es una losa bajo la que nos guarecemos del calor ardiente del remordimiento, que nos impediría vivir sin la parálisis del miedo. Y después cada uno se acogerá a las fantasías y relatos que mejor le seduzcan o se le antojen para darle forma, incluso sin saberlo.