Aunque hablar de política es enzarzarse en la discusión interminable, haré una reflexión. No paro de ver, o mejor dicho leer, a quienes se arrogante la perfección política y dicen no poder entender que la gente siga votando al PP o a Rajoy o a sus secuaces. Claro, no se paran a pensar mucho porque a ellos probablemente les gustaría que las encuestas, los sondeos y sobre todo las urnas les colocasen en la posición de ganadores, o al menos en una muy ventajosa equiparable. Pero he aquí que no, que no les coloca, y que una segunda vez tampoco les coloca, y una tercera. Y entonces viene la frustración, la rabia y sobre todo el asombro, para seguidamente tomar la decisión de descalificar como menos ignorantes a todo aquel que se haya atrevido a actuar en modo diverso al «debido». ¿Les suena? Claro, lo hacemos todos, o lo hacen, porque yo procuro no hacerlo mucho o al menos no mucho tiempo. Y lo que se deberían de preguntar es por qué no convencen a muchas personas «corrientes y normales», para las que vale más malo conocido…
El problema de la política en este basureropaís es que no convence más que a los que viven de ella. Y tan bien que viven, parasitando a la otra mitad de la población. Vamos a las urnas y, yo al menos, no tengo mucha opción. Ninguno me merece confianza, con lo que me veo abocado a: uno, no ir a votar, opción de casi un 30% del electorado, que se dice pronto, oiga; es para pensarlo y bastante despacio. En cambio, en el basureropaís me da que casi es ignorado hasta extremos insultantes. Dos, votar a algún partido nuevo que me inspire un pizco de confianza, al menos no están sucios con el ejercicio del poder pasado, digo yo, y no tengo que atormentarme por coadyuvar a que la crisis continúe campando a sus anchas por el vasto territorio del basureropaís.
Algún otro dirá: pues por qué no se mete usted a político, si tanto le molesta y tanto quiere que cambien las cosas. Y yo le diré: pues, mire usted, porque ni me da la gana ni tengo por qué. Es lógico que haya quienes gobiernen y se encarguen de la función pública, pero lo que no quiero es que lo hagan para abusar, lucrarse, medrar y reírse de sus semejantes, compatriotas, congéneres y todo lo demás. La Historia demuestra que los abusos se pagan, y generalmente con sangre. Otra cosa es que en el momento presente, afortunadamente, la sangre ya la hemos dejado para los hospitales, al menos por ahora. Quizá estemos en un estado de cosas en el que habría que investigar más en la infantilidad de los actuantes que en otra cosa, porque todos, políticos y votantes, parecen más eternos niños malcriados sin ganas de aceptar que ya la época de los juegos, las risas y la inconsciencia, el «quéhappytodo» y «mimamámemima» ya se terminó.