Para vivir sin alas y oscuramente un día
pasamos tanta hambre y desconsuelo;
quizá debamos volver a la negrura incierta
y allí enterrar los sueños y el maldito don
que alimentó la carne, febril y débil,
colmada de ansias y entre susurros leves.
Impulsada por miedos de tres generaciones
elevó su presencia y el fantasma de un grito
por los aires infectos del dolor y la pena
hasta las nubes sin dueño del azul más allá
al que nunca se alcanza ni jamás se llega
tras décadas de viaje y milenario recorrido.
¿Es otoño la luz? ¿o es quimera de agua?
¿O quizá muerte en primavera que jamás descansa?
Para vivir sin alas alzamos el vuelo un día
y aún preguntamos si la tierra se alcanza.